
Es imposible que el hombre pase desapercibido. Su más de metro noventa de estatura, su corpulencia y sus bigotes no dan lugar a la confusión por lo que casi todos lo saludan cuando pasa. No conforme con eso, a veces le toca bocina a los caminantes y suele golpear la mesa cuando quiere poner énfasis en algo que le interesa.
El intendente de Junín, Mario Abed, parece destinado a llamar la atención y -en la última semana- provocó un gran revuelo al presentar en sociedad una casa que la comuna construyó con poco más de 20.000 pesos (ver aparte).
Entonces, hizo enojar al Gobierno, al Instituto Provincial de la Vivienda y a los empresarios de la construcción que sintieron su negocio amenazado por no mencionar a algunos gremios afines al oficialismo.
Dice que su intención no es hacer barrios ni competir con nadie, sino sacar de la emergencia habitacional a una familia. Más allá de eso, la jugada le salió políticamente bien y la semana pasada estuvo en la boca de los medios de comunicación y de más de un mendocino.
Su carisma, la ironía para referirse a ciertas cuestiones y algunas actitudes de caudillo no hacen que se olvide las reglas del juego y repite que para ser político (él dice serlo desde que nació) hay que tener códigos. Tal vez por eso transita por su segundo mandato cómodo (obtuvo el 63% en las últimas elecciones).
Ahora, la disyuntiva es proyectarse hacia algo más grande o diferente o postularse para un tercera mandato en la comuna dados los altos niveles de aceptación en buena parte de los 40.000 juninenses.
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